Han pasado tres horas desde que el avión despegó. Durante ese tiempo, he intentado distraer mis pensamientos, mirando el paisaje que se ve a través de la ventanilla. No lo consigo, y le pido a la azafata que me traiga algo de prensa. Me trae el Die Welt, y voy pasando las páginas intentando encontrar alguna nota de prensa, algún artículo que me distraiga; que absorba mi concentración en algo superfluo. No encuentro nada. Sostengo entre mis manos un diario, que miro atentamente, pero del cual no leo ni veo nada. Las palabras, las imágenes… todo se confunde, porque mí ojos no miran en realidad ese pliego de papel. Porque acabo de extender una pantalla a los recuerdos.
Algo me distrae. Son los rayos de sol que se pierden en el firmamento, que como un faro han aparecido por la ventanilla. Consiguen su objetivo. Porque cierro el Die Welt, y lo coloco en el bolsillo del respaldo de la butaca que está frente a mí.
Miro por la ventanilla. Los últimos reflejos del sol, se van apagando, dando paso a una oscuridad total.
En dicha penumbra, me veo reflejado en el cristal de la ventanilla. Y a mi mente me llegan recuerdos de otros tiempos, de una noche de invierno ya muy lejana, a comienzos de diciembre y próxima a la Navidad. Tendría unos diez años, y en la inocencia de la noche previa al seis de diciembre, la fiesta de San Nicolás, miraba también por una ventana. Y de cuya oscuridad lo único que veía era reflejo de mi rostro. Mi madre se aproximó, reflejándose también en ese cristal pero está era de una forma difusa al estar más atrás, seguramente me preguntó que miraba. Pero en realidad no recuerdo la conversación, lo que sí viene a mi memoria es ese reflejo borroso sobre el cristal.
Han pasado cuatro años desde que falleció y me cuesta recordar su rostro. Era alta y delgada, en apariencia frágil. Pero, fuerte e inteligente. Sus cabello rubios. Sus ojos azules. Siempre a contracorriente de su tiempo en su manera de vestir. Ahora, su semblante, es para mí, un rostro difuminado, como aquel cristal de hace ya tanto tiempo… Tal vez porque confundo su aspecto de cuando yo era pequeño, con el que contemple en su vejez. Y por ello no termino de poner su rostro en mis pensamientos. Puede ser amor, y no quiero por ello ser cruel recordando lo que fue, y en lo que se convirtió.
Tras, casi catorce horas de viaje, con una pequeña escala en Londres, llego a los Estados Unidos.
Espero la salida de mi equipaje en el Aeropuerto de Filadelfia. Durante el resto del vuelo, he intentado dormir, pero apenas he conseguido dar alguna cabezada. El vuelo de la Pan Am salió con retraso de una hora del Aeropuerto de Berlín-Tegel.
Me encontraré con mi tío Thomas, a la salida del Aeropuerto. He reservado una habitación en el Crowne Plaza Hotel, en el Downtown de Filadelfia muy cerca de la Campana de la Libertad.
Thomas Wiese, era dos años mayor que mi padre. Y aunque su aspecto dijera todo lo contrario, parecía más joven de lo que en realidad era. La vida le había tratado bastante bien. Desde que siendo muy pequeño, mis abuelos le regalaran un telescopio, solo soñaba con viajar al espacio. Se graduó en ingeniería mecánica en el Instituto Politécnico de Berlín, y obtuvo su Doctorado la Universidad de Berlín. Estaba obsesionado en el desarrollo de grandes cohetes, y se enroló en el ejército alemán para desarrollar misiles balísticos, cuando llegó Adolf Hitler al poder en 1933, se adscribió a las SS. Mientras realizaba su trabajo para el ejército, mi tío Thomas obtuvo un doctorado en ingeniería aeroespacial. Acabada la guerra, los Servicio de Inteligencia y Militar de los Estados Unidos, dentro de la Operación Paperclip, y a través de la Rama de Cohetería de la División de Investigación y Desarrollo del Ejército de Estados Unidos, le ofreció un contrato, en un principio por un año. Y en septiembre de 1945, arribó a Fort Strong en los Estados Unido.
A pesar de su colaboración con el ejército alemán, mi tío tuvo problemas con la Gestapo al confirmar públicamente que le importaba muy poco el objetivo de Hitler, a él lo único que le importaba eran los viajes interplanetarios. Por eso cuando fue instados a cooperar con la fuerza aérea estadounidense, a cambio, se le eximió de culpa por su pasado nazi; y esto incluía las muertes ocasionadas por el uso de sus proyectos aéreos por los nazis y por utilizar obreros esclavos. Mi tío Thomas Wiese, obtuvo la nacionalidad de los Estados Unidos.
Salgo a la Sala de Llegadas, y allí está. No ha cambiado nada. Con su traje negro, y su sombrero borsalino. Me acerco, y antes de llegar a su altura, con su voz grave, dice:
- Llegas tarde, niño.
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