Miro al cielo, este está completamente despejado, de azul aguamarina. Mientras en el horizonte, entre las montañas se van formando cúmulos de nubes que amenazan en pocas horas en cubrir por completo el día de tormenta. Comienza a soplar algo de viento, y las hojas de unos robles, que hay cerca, empiezan a moverse. Aún no a comenzado el tiempo de siembra en las llanuras de la Renania del Norte, y en el suelo, en una tierra yerma y seca, aun sin labrar, comienzan a levantarse pequeñas nubes de polvo.

Quizás ese era el sentimiento que me embargaba estos días... La sensación de soledad y los recuerdos que volvían a mí, hacían una mezcla que me hacían sentirme como una casa llena de habitaciones, pero totalmente deshabitada…

Trato de olvidar, de pensar en unos momentos en el paisaje que se extendía ante mí… Me encuentro apoyado sobre el coche, e instintivamente miro adentro… María sigue durmiendo. Vuelvo a mirar el paisaje, se oye una música de fondo… proviene del coche, caigo en la cuenta, que cuando detuve el vehículo, no apague la radio… había puesto el volúmen bajo para que, durante el viaje me acompañara en la soledad de mi silencio… Ahora me llega una suave música de ambiente, que me hace sentirme embutido en una tristeza más profunda… Reconozco la melodía… la banda sonora de este instante es la Romanza de Baccarisse… Trago saliva, y me alejo un poco del coche, intentando reprimir mis lágrimas… intentando evitar que si María se despierta, no me vea así… y sin saber porque, pronuncio tu nombre: Hanna

Mantengo el silencio, y vuelvo a dar unos pasos… observo una piedra, me acerco y me siento. Y de la misma forma que pronuncié tu nombre, le digo al infinito: “Hoy, hace justo dos años que te perdí… no sabes cómo te echo de menos… Intento que no se me note... que María no lo note... “ – El silencio se hace, y siento la necesidad de oír tu voz, que respondas a mis palabras… pero tan solo oigo él viento. Y vuelvo a hablar, en un deseo, que es en realidad, más una plegaria, para que esta vez me oigas y me hables de verdad: “Hace unos días recibí una llamada desde Pensilvania, mi padre se está muriendo… hoy volveré a ver a tus padres… y María se quedará con ellos unos días…”

Su voz no la oigo, pero por unos momentos, tengo la sensación de que Hanna, anda detrás de mi… que mientras hablo me observa y me acaricia la espalda. Como muchas noches hacías, cuando creías que yo estaba dormido, y sentía como te incorporabas en la cama... y te sentabas a mí lado, y comenzabas a acariciarme la espalda... te pasabas las horas haciéndolo y yo te sentía, y no decía nada... porque tus caricias me decían, cuanto me querías… cuanto me amabas.

Cuanto añoro esos momentos… ahora todo es distinto, ahora pareces decirme que estas aquí, que me apoyas… que necesitas que sea fuerte… por los dos. Vuelvo a tragar saliva e intento reprimir de decir algo más… es absurdo estar aquí en medio de la nada, sentado en una piedra hablándole al viento… pero me siento bien… aún, siento esa sensación de calor a mi espalda… la siento a ella.

De repente, quizás, porque he mencionado a mi padre, recuerdo cuando nació María. Había sido un parto muy duro, y de aquella alegría por el nacimiento, pronto se volvió en silencio. Al día siguiente cuando él llegó y le puse a María, su nieta, en su regazo y él me dijo: “Con ella ha nacido el Sol... un Sol, que nos traerá justicia… y con sus alas nos devolverá la salvación a todos”

Suavemente la suite ha acabado, noto que mis ojos se han secado mirando el infinito… y siento, de repente, una mano sobre mi pecho. Entonces comprendo que es María quien me abraza.

Me giro, y queda frente a mí, entonces la abrazo de frente y fuerte, ella pone su cabeza sobre mi hombro…

“Que pasa pequeña, ya te has despertado. – le digo. Pues volvamos al coche y prosigamos… aún nos queda unas cuantas horas hasta llegar a Berlín…” - no puedo oír lo que me quiere decir, pero comprendo lo que este abrazo quiere decir. La cojo en brazos y la llevo hacia el coche. “Tienes a Pipi, y ¿tus caramelos?” – María siempre va a todas partes con su inseparable muñeca de Pipi Långstrump, la coge del brazo y me la enseñó – “Pues emprendamos de nuevo la marcha”

Pasan las horas, y conforme nos acercamos a Berlín por la Autobahn 19, el tráfico se va haciendo cada vez más denso. Vuelvo a conectar la radio, alguien habla de corrientes marinas en no sé donde, e intenta explicar algo sobre cambios climáticos… Apago la radio y cojo un cassette que había comprado hacía unos días de Supertramp, y al compás de Breakfast in America, mi viejo coche avanza con lentitud entre turismos, algún que otro autobús, camiones y cargados traillers.

De pronto me vi que intentando recordar el rostro de mi padre, hacía cuatro años que no le veía, desde que falleció mi madre a los dos meses de nacer María; tal vez habíamos hablado por teléfono dos o tres veces. Nuestra relación siempre fue fría y distante. Diplomática diría yo. Era culto e inteligente. Pero un total desconocido para mí. Sus rasgos los tenía algo difuso, su pelo gris canoso y repeinado hacia atrás, recordando viejas épocas del cine en blanco y negro. Sus tremendos ojos grises. Su espigada figura. Su carácter era un poco agrio y seco, poco dado a hablar. Parecía como si sopesara todo lo que iba a decir. Como si midiera sus palabras. No creo que fuese siempre así. Tal vez, fue la vida la que lo hizo así. En realidad, lo admiraba porque sabía que le había tocado vivir una época muy dura de la historia.

Poco hablaba de su vida, lo que se de ella, es gracias a mi madre. Poco en realidad, ya que ella tampoco quiso hablarme sobre esta.

En 1936, mi padre, Klaus Wiese, tenía unos 17 años, y era el cuarto hijo de mi abuelo Albert Wiese. Un acaudalado y nobiliario hombre de negocios perteneciente a una rica familia de Dússeldorf. Hoy en día, de acaudalado y nobiliario, solo queda el apellido. Desde 1925 hasta 1930, mi abuelo, había sido agregado al Cónsúl de Alemania en Palma de Mallorca en España. Ese mismo año, mi padre, entró en la Wehrmacht, en el Heer (ejército de tierra). Más por obligación que por convicción.

En julio del 36, en España se produce un Golpe de Estado, en una conspiración de mandos militares. Hitler, les dio apoyo militar. Y mandó la I y II compañía del Regimiento de Panzers 6 de Neuruppin, más conocida como la Legión Condor, donde estaba mi padre.

En septiembre del mismo año, un grupo de unos 180 oficiales y suboficiales, embarcaron en el puerto de Danzing rumbo a España. A los “voluntarios” sólo se les había comunicado que participaban en una misión de alto secreto y que habían de hacerse pasar por “simples viajeros que iban de vacaciones” por lo que se les facilitó pasaportes falsos. En aquella “misión” no podían pertenecer a la Wehrmacht.
En octubre llegan a España, y fue entonces cuando les comunicaron su verdadero cometido y que debía hacer con el material que les acompañaba (carros de combate, camiones, armamento y municiones). A mediados de ese mismo mes llegaron a las proximidades de Cáceres, al Castillo de Arguijuelas de Arriba. Donde se había establecido un campo de instrucción y entrenamiento de carros de combate, que iba a ser dirigido por estos oficiales y técnicos.

Mi padre, había regresado a España. Pero ya no era el niño que jugaba en Cala Radjada, sino un adolescente desorientado por los acontecimientos que se producía a su alrededor, como un “soldado voluntario de la Wehrmacht”, para participar en una guerra que dividía a los españoles.

Lo que ocurrió durante la guerra es una incógnita para mí. Lo que si se es que durante la contienda, deserto, conoció a mi madre, se enamoraron. Combatieron a Franco, debió cruzar la frontera con Francia en el 39, luego fue detenido. Y acabo en Mauthausen por desertor. En el 45 fue liberado y volvió con mi madre.

Pocos detalles más, y quizás mucho más de mi imaginación.

Con todos estos pensamientos, hemos llegado. Aparco el coche. Mis suegros esperan en la puerta. Los saludo. Están serios. Presiento que algo ocurre.

Michael, se acerca al coche, y bajo la ventanilla.

- Os agradezco que os quedéis unos días con María – Le digo.

- Carlos – me mira, al tiempo que me agarra el brazo, se vuelve para mirar a María y levemente sonrió. Vuelve a girar su mirada hacia mí, de forma que María, no vea sus labios.- Carlos, nos han llamado esta mañana. Lo siento. Tu padre falleció esta madrugada.

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